Observo día tras día las imágenes de la captura y linchamiento de Gadafi y reconozco que me invaden sentimientos contradictorios. Sí, por supuesto que veo la crueldad, la injusticia, la sed de sangre y el odio de los captores, y por supuesto que he sido educada en el respeto a los derechos humanos y que, obviamente, estoy en contra de la pena de muerte, pero ¿qué querían? ¿Qué esperaba la comunidad internacional y en general todos los que hemos asistido a este asesinato público? ¿Qué es en realidad lo que horroriza a la gente, el hecho de que le hayan matado, de que le hayan humillado y torturado o el único problema de todo este espectáculo es que se haya televisado? ¿Por qué hay muertes y asesinatos que aceptamos casi con naturalidad y otros que nos espantan?
Hace unos 15 días veía en la tele una película junto a mi hijo y mi hija donde se obligaba a una mujer a asesinar a un desconocido haciéndole chantaje con el secuestro de su hija. En un momento dado la madre reconocía que era capaz de todo si estaba en juego la vida de su hija. Mis niños me miraron sonriendo, haciéndome sin palabras la misma pregunta y yo, por supuesto, admití sin dudarlo y sin rastro de remordimiento que el 99% de la población estaría de acuerdo con la protagonista y conmigo: sería capaz de cualquier cosa, por brutal e injusta que fuera. Y es más, si me permitiera el lujo de matar en un juicio ante las cámaras al probado violador de mis hijos, apuesto a que nadie se atrevería a censurarme. Tendría el apoyo seguro, más o menos público de toda la población. También sería un asesinato pero, como digo, el matar no se condena de una forma absoluta. Son muchas las variables y circunstancias que se tienen en cuenta para atenuarlo, admitirlo, agravarlo, denostarlo o aplaudirlo. Y si no, que se lo digan al último que recibió la inyección letal en EEUU.
Dejo para mañana los agravantes de este caso para centrar mi atención en una sola circunstancia que para mí agrava y a la vez, atenúa la crueldad de este asesinato y es precisamente que se realizara en grupo. Parece que entre tantos hombres excitados golpeando a su presa, humillándole, escupiéndole, insultándole (escenas que, por otro lado, parecen ser habituales entre soldados, amparados sólo por el uso de un uniforme), alguien debería haber reaccionado, haberse avergonzado de ese comportamiento e impedido ese castigo público, esa crueldad. El hecho de que no fuera una venganza personal sino colectiva parece no gustar demasiado. Todo habría sido mucho más aceptable si alguien directamente afectado por el pasado de hombre cruel del coronel le hubiese pegado un tiro. Entonces no se estaría hablando de asesinato ni de investigación.
No obstante, para mí, esta situación es en realidad un atenuante. Parece que nos olvidamos de que había una situación de guerra y que una parte de la población había estado sufriendo durante 42 años las brutalidades de este personaje. ¿No es un poco abusivo, incluso irreal pedirles calma a los captores? ¿La situación no es “especial”? ¿No es lógica y previsible la euforia y hasta la rabia general? Aquí, sin ir más lejos, en Euskadi, sabemos bastante bien en qué consiste ese sentimiento de rabia contagiada porque muchos asistimos a intentos de linchamiento colectivo en un pasado relativamente cercano y no precisamente a un dictador asesino como del que estamos hablando. ¿Cuántas humillaciones, insultos y agresiones habrían recibido los miembros de HB si, en aquellas manifestaciones tras el asesinato de Miguel Angel Blanco, no hubieran estado protegidos éstos por la policía? ¿Y cuantos, entonces, habrían( habríamos) aprobado o quitado importancia, públicamente y en privado, a esa brutalidad si se hubiera dado, amparándose en la euforia y rabia colectiva?
Lo de la paja en el ojo ajeno.....
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