El otro día en el gimnasio, mientras descansaba entre serie y serie en una posición a cuatro patas bastante sugerente, o ridícula, según se mire, posé mis ojos en los hombres y mujeres que alineados en las máquinas corrían asfixiados sin avanzar ni un solo metro. Apenas nos paramos a pensar en los comportamientos, rituales y costumbres que esta sociedad a medida que “avanza” va aceptando como normales, sin embargo, mirando aquellos especímenes sudando, agotados, corriendo hacia ninguna parte me planteé en lo que pensaría un hombre del renacimiento o, sin ir más lejos, mi abuela, al ver aquella escena. No sé si resultaría fácil explicarles que el deporte es bueno para la salud, que hoy en día se hace difícil salir a correr al aire libre, que vivimos, cada vez más, en espacios cerrados y que esas maquinitas tienen muchas ventajas porque pueden controlarte los tiempos e incluso te ofrecen la posibilidad de ver tu programa favorito mientras corres.
Lo que sí me sería difícil explicar es por qué la gente se sigue casando si ya no es obligatorio para tener relaciones sexuales, ni para tener hijos, ni para compartir casa, por qué nos empeñamos en pasar por un ritual que fracasa en la mayoría de los casos y que sólo trae como consecuencia gastarse una pasta para volver a ser “libre”. Resulta comprensible cuando se busca un efecto burocrático, una nacionalidad, un reconocimiento de un hijo o una reducción de los impuestos, pero si lo que quieres es decir al mundo que amas a esa persona, que tu intención real, verdadera y sincera es quedarte con ella para toda la vida, existen otras formas más sencillas y originales sin que tenga que intervenir un señor juez o una señora concejala. Lo más alucinante de todo ( y ahora, de verdad, viene el motivo por el que escribo este post) es que ahora entre los especímenes de nuestra raza se ha puesto de moda o, mejor dicho, se ha llegado a tal grado de estupidez que la parejita en cuestión se casa un día y como el sitio no es lo suficientemente bonito o el día no es lo suficientemente adecuado para que venga tu tía la de Soria, contratan a un actor, que interpreta el papel de juez en el sitio y momento que te viene mejor y así todo el mundo mira embobado la representación del ritual.
Auguro que en unos años los contrayentes se irán de luna de miel y contratarán a unos extras que con su careta representarán la escena al completo. Al fin y al cabo a los asistentes lo único que les interesa es comprobar si los langostinos son mejores o no que los que pusieron en su boda, si el primo Julianín sigue engordando 5 kilos por año y si la tía Flori trae por fin a su nuevo amante. Al tiempo.
Lo que sí me sería difícil explicar es por qué la gente se sigue casando si ya no es obligatorio para tener relaciones sexuales, ni para tener hijos, ni para compartir casa, por qué nos empeñamos en pasar por un ritual que fracasa en la mayoría de los casos y que sólo trae como consecuencia gastarse una pasta para volver a ser “libre”. Resulta comprensible cuando se busca un efecto burocrático, una nacionalidad, un reconocimiento de un hijo o una reducción de los impuestos, pero si lo que quieres es decir al mundo que amas a esa persona, que tu intención real, verdadera y sincera es quedarte con ella para toda la vida, existen otras formas más sencillas y originales sin que tenga que intervenir un señor juez o una señora concejala. Lo más alucinante de todo ( y ahora, de verdad, viene el motivo por el que escribo este post) es que ahora entre los especímenes de nuestra raza se ha puesto de moda o, mejor dicho, se ha llegado a tal grado de estupidez que la parejita en cuestión se casa un día y como el sitio no es lo suficientemente bonito o el día no es lo suficientemente adecuado para que venga tu tía la de Soria, contratan a un actor, que interpreta el papel de juez en el sitio y momento que te viene mejor y así todo el mundo mira embobado la representación del ritual.
Auguro que en unos años los contrayentes se irán de luna de miel y contratarán a unos extras que con su careta representarán la escena al completo. Al fin y al cabo a los asistentes lo único que les interesa es comprobar si los langostinos son mejores o no que los que pusieron en su boda, si el primo Julianín sigue engordando 5 kilos por año y si la tía Flori trae por fin a su nuevo amante. Al tiempo.
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