Una de las cosas buenas de quedarte en casa en Semana Santa es que puedes ver las procesiones desde el “burladero” y sentirte liberada de no ser parte de toda esa gente que llora y se emociona delante de unos trozos de escayola más o menos emperifollados. Veo la sinrazón que rodea a todo este paripé y cada año sigo pensando que no puede ser real, que deben ser imágenes de siglos atrás, que no puede ser verdad que esas personas, con los ojos llorosos porque la lluvia impide que la imagen que veneran salga en procesión, o las que van debajo, y yo, seamos de la misma época, y, lo que es más increíble todavía, del mismo país.
Y es que yo, si quisiera (o pudiera) aferrarme a alguna tradición, ideología, persona o lo que sea sobre lo que no tengo ningún tipo de control , lo haría a algo que me proporcione cierta felicidad y con cierto grado de seguridad, ejemplo, hincha del Barça o miembro de la secta ésta que se pasa el día cantando y tocando unas campanitas, y no a un montaje que por las vestiduras, los rituales e incluso por los mismos nombres, transmiten el mal rollo sí o sí. Si encima concentras tus ilusiones en un día de paseo al año y ese día no llega, apaga y vámonos.
Me impresiona que la campaña promoviendo el dolor, la pena, el sufrimiento y el mal rollo siga teniendo tantos adeptos. No hay más que fijarse en los nombrecitos que se ponen. Os pongo alguno ejemplos:
Ole, ole y ole! No sé con cual quedarme….
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