viernes, 12 de noviembre de 2010

Adaptaciones

Cuando era pequeñita, odiaba el fútbol. También, cuando era jovencita. También, ahora (al menos, muchas de las cosas que rodean a este “deporte”). Por suerte, ni mi padre ni mis hermanos eran aficionados, mi casa era un “Espacio libre de fútbol”. Esto supongo que me convirtió en una radical “anti”. Me encantaba cambiar de canal cuando aparecían las noticias relacionadas y me sentía orgullosa de mi absoluto desconocimiento de este mundo. Casi todas mis parejas fueron escogidas, creo que inconscientemente, “anti” también.
Sin embargo, los años han pasado y mi radicalidad ha ido desvaneciéndose, al menos, en lo que respecta a la elección de pareja. Ya no me parece un dato a tener en cuenta. Lo que sí me preocupa es cómo se ha producido este cambio en mí. No tengo claro si ha sido fruto de una reflexión real, o sea, que realmente es un dato a ignorar, o más bien, de la obligada adaptación, es decir, consecuencia del bajón que te da cuando estableces este filtro entre los posibles candidatos a estar a tu lado. Vamos, que a estas edades, si discriminas a los aficionados al fútbol, te puedes encontrar como mucho con dos que se dedican a cazar con arco, dos que coleccionan llaveros y tres que juegan al ajedrez y estos, la verdad, me dan mucho más miedo.
Así que el encantador hombre que está a mi lado ahora es aficionado, obviamente. Reconozco que me he visto algún partido con él e incluso, lo confieso, a veces me ha llegado a gustar (un poquito). Lo que sí que me encanta y le agradezco es que no sea forofo del Athletic, que si tiene que celebrar la liga, la copa o lo que sea y si tiene que transformarse en uno de esos descerebrados borrachos que cantan "oeee, oee, oeee, oeee..", yo no pueda verlo.

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