Hace ya tiempo, escuché una anécdota que me hizo reflexionar sobre algo en lo que hasta entonces no había caído. Unos expertos sicólogos decidieron hacer una prueba con los participantes de un concurso de fotografía. El jurado había hecho ya su elección y como pasa siempre, se daba la posibilidad de recuperar los trabajos presentados a quienes habían participado. Sin embargo se estableció una división. A una parte se le permitió elegir tan sólo dos de las obras presentadas. El resto iban a quedar en manos de la organización por lo que de alguna manera las perdían para siempre, debían elegir la mejores, la más apreciadas. A la otra parte se les planteó exactamente lo mismo pero de alguna forma mejorando su situación ya que al cabo de un año, si consideraban que su elección no había sido acertada se les permitía cambiar las obras elegidas por otras.
Pasó el año y los participantes fueron interrogados sobre el grado de satisfacción con la elección que habían tomado. Prácticamente el 100% de los que no tenían posibilidad de rectificarla se sentían felices, satisfechos con la elección tomada, mientras que los que contaban con el “privilegio” de modificarla se sentían indecisos, nerviosos y durante ese año habían sufrido unos niveles de stress mucho más elevados.
La reflexión que evidentemente hacían es que la posibilidad de elección nos hace infelices aunque en un primer momento nos parezca todo lo contrario. Tenemos miedo a elegir, tenemos miedo a equivocarnos y no poder rectificar lo que hemos hecho mal. Cualquier decisión que tomemos nos trae consecuencias malas y consecuencias buenas y tenemos miedo a no poder rectificarlas. A veces son decisiones del día a día sin importancia pero otras son cruciales, otras pueden llegar a cambiar radicalmente nuestra vida y no tienen marcha atrás. Es fundamentalmente el miedo a estas decisiones cruciales el que hace que a nuestro alrededor, en el ámbito laboral, familiar y de pareja observemos tantas situaciones aparentemente insoportables, dolorosas pero que se perpetúan durante años. En muchas ocasiones ese miedo a decidir, ese miedo al cambio, se complica con el miedo a la soledad que es más de lo mismo pues estar solos, significa estar libres y por lo tanto condenados a tomar miles de pequeñas decisiones y a asumir en exclusividad y con responsabilidad sus consecuencias.
Para el año que empieza os animo y me animo a tomar con valentía las decisiones que tenga que tomar, entendiendo que cada elección es una muestra de quienes somos en ese momento y nos lleva hacia quienes queremos ser en el futuro. No hay error posible sino sólo aprendizaje.
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