jueves, 10 de febrero de 2011

Paquito I, II y III


La semana pasada recibí de mi hermana un correo que, de primeras, me dejó helada, congelada, alucinada. En el asunto con letras mayúsculas y entre grandes admiraciones decía “ HA VUELTO PAQUITOOOOOOO!!!!”. Yo, la verdad, el único Paquito que conocía era mi primo Paquito, el del pueblo, que tristemente murió el año pasado víctima probable de las sustancias ilegales y dañinas de todo tipo que ingería. Era pescador, dicho en lenguaje marinero, “salía a la mar” y sin más, una mañana cuando le fueron a llamar al camarote no se pudo levantar.
Podéis entender mi sorpresa seguro, y entender también, que al momento, elucubré una muerte simulada y provocada por deudas pendientes y matones a sueldo. Le imaginé escapando del barco en una lancha con la complicidad de todos sus compañeros y un regreso triunfante despues del temporal.
Pero la imagen, por supuesto, nada más abrir el correo se diluyó, porque en él nos explicaba que el que había aparecido era su gato , conocido desde siempre por mí como “Paco” y el cual había estado perdido durante unos días.
Y cuento esto porque el nombre parece perseguirme y quería hoy hablar del otro paquito, el gran Paquito, ese que no necesita calificativos y que ayer fui a ver tocar. Dicen algunos que sonó poco, que no dio todo lo que se esperaba pero para mí fue una maravilla de concierto, por él y por los que le acompañaban o a los que él acompañaba, entiéndase como se quiera. Vana Gierig estaba al piano, y su grupo, formado por contrabajo, batería y percusionista hicieron que la mente no se me escapara ni un solo momento del teatro, de lo que allí estaba pasando. Se escuchó samba, bossa e incluso un tema, al más puro estilo de los blocos afros de Bahía que hizo bailar a todo el público. Una excepción: mientras, mi compañera de al lado, dormía. Grande!




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