lunes, 31 de enero de 2011

Impotencia

Lo oímos cada día en las noticias, en la tele. La gente se queda sin trabajo, deja de pagar la hipoteca, se quedan en la calle o pierden lo poco o mucho que habían acumulado en su vida. Patean las calles curriculum en mano o hacen cola en las oficinas del Inem mientras piensan cómo pagar la luz o los libros de sus hijos. Pero una cosa es verlos ahí y escuchar sus historias desesperadas en las bocas de rubias presentadoras y encorbatados presentadores, desde el sofá, protegiendo nuestro pequeño mundo de bienestar con el cristal de la pantalla, y otra es tenerlos frente a frente, mirándote a los ojos y que sus historias te atraviesen, casi físicamente.

Siempre pasa. Llegan para preguntar algo aparentemente sencillo, y mientras buscan las palabras adecuadas para expresarse, ya tienen los ojos llenos de lágrimas.

Colombiana, 15 años en España, ojos preciosos color avellana y una hija de 8 años. Tenía una tienda en Málaga con su marido que funcionaba muy bien hasta que llegaron los “malos tiempos”. Perdieron todo. Llegaron a Bilbao hace cuatro meses animados por algún conocido, y una pareja de ancianos les alquiló una habitación. En ella viven los tres, eso sí, sin derecho a empadronamiento porque eso supondría que los ancianos perderían el subsidio con el que sobreviven.

No venía a exigir nada, no venía a quejarse. Sólo quería ver cómo podía conseguir que admitieran a su hija en alguna escuela. Las reglas burocráticas son esas: no estás empadronada, no tienes escuela. La burocracia no entiende de miserias, ni de pobreza, ni de luchar para sobrevivir, ni siquiera en estos tiempos de crisis.

Entonces intentas ser profesional, aguantar las lágrimas cuando entre sollozos te confiesa que ha tenido que hacer algo horrible que le da vergüenza contar, algo que jamás habría pensado que iba a tener que hacer. Sabes que casi siempre el único camino que les queda a las mujeres es prostituirse y lo intuyes. Quieres abrazarle, ayudarle, decirle que sí, que la entiendes pero apenas aciertas a darle un teléfono, una dirección donde quizás puedan ayudarle con el problema de su hija (o quizás no). Lo demás no tiene solución, aunque no se lo dices. El mes que viene los echan a la calle y el albergue está a tope. No admiten a nadie más aunque tengan preferencia las familias o las mujeres con niños. Si no encuentran nada la Diputación se hará cargo de la niña y ellos acabarán durmiendo en las calles.

Se despide agradecida.

Te derrumbas.

4 comentarios: