Ayer terminé de leer la novela “Mentiras de mujeres” de Liudmila Ulítskaya. No me ha parecido ni apasionante ni sorprendente aunque hay que reconocer que escribe bien. A juicio de esta premiada escritora rusa, las mentiras de las mujeres se distinguirían de las mentiras de los hombres, y las primeras estarían casi siempre desprovistas de finalidad. Ese es su planteamiento inicial con el que yo en absoluto estoy de acuerdo, claro. Creo que hombres y mujeres mienten por vanidad, egoísmo, bondad, ambición y muchísimas otras razones que en mi opinión no son exclusivas de un género ni de otro.
Pero sería presuntuoso por mi parte ponerme a rebatir a alguien tan reconocido, así que, lanzo otra idea al hilo de este asunto: que mentimos y decimos la verdad, exactamente por las mismas razones, casi siempre porque “nos interesa” y que, por eso, no entiendo por qué, en general, se sobrevalora la verdad y se demoniza la mentira. Se me ocurren muchos ejemplos pero voy con uno muy frecuente: la infidelidad.
Dos parejas (casualmente heteros, chico y chica) se han prometido mutuamente fidelidad, en el sentido más vulgar y común de la palabra, es decir, han prometido no tener relaciones amorosas y sexuales con otras personas. Enviados por el mismísimo Satanás aparecen dos espectaculares hombres que hacen que ambas mujeres caigan en la terrible depravación de pasar una noche con ellos. Su infidelidad llega a oídos de sus parejas y ante sus preguntas acusatorias una de ellas, opta por la verdad obviando el dolor que esto pueda producir en su pareja, sólo porque no puede soportar más a su propia conciencia, mientras que la otra elije una genialmente diseñada mentira pensando en ahorrarle el dolor a su compañero a pesar de que los remordimientos le invaden.
¿Cuál es la postura éticamente correcta? ¿Quién es la “buena”? ¿La mentirosa o ,como decíamos de pequeñas, la verdadosa??
Puff como para decir algo malo de las mujeres está el patio, mejor me callo lo que pienso...
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